Tras un miércoles insólito con la vindicación de las “cocinas negras” (Black cuisines matter), en el que la colombiana Maura de Caldas, 82 años y 37 hermanos, nos mostró, con grupo musical en directo, la exasperante riqueza de los mariscos del Pacífico; Selassie Atadika, desde Ghana, anunció la revolución de la Nueva Cocina Africana, suma de gastronomía ancestral, visión contemporánea, productos provocativos y agitación social; Pierre Thiam nos llevó a sus sabores de Senegal desde California; y JJ Johnson flirteó con las recetas cajun de Louisiana desde Nueva York, entre otras ponencias irresistibles (Arzak, Alija o Berasategui) y la cena de los nuevos valores de Euskadi (Galerna y Arraunlari Berri), el jueves nos arrastró a los grandes sabores vascos, desde la taxonomía del Cantábrico (Elkano) a los juegos vanguardistas de Pedro Subijana (celebración del 50 Aniversario de Akelare).
Selassie Atadika. Maura de Caldas. Pierre Thiam. JJ Johnson. San Sebastian Gastronomika. San Sebastián.
Cuando uno piensa en Elkano o en Aitor Arregui, se aparece al instante el rodaballo. Ese rodaballo a la parrilla que Pedro Arregui, el padre de Aitor, llevó a la mitología culinaria mundial. Por fortuna, San Sebastian Gastronomika ofrece, cada año, una comida allí en Getaria, en donde los invitados (chefs y periodistas) regresan a ese recodo de inenarrable placer que ofrecen las distintas partes del pescado, tocadas sólo por el sabio fuego y por la secreta “agua de Lourdes”. Este año, no obstante, las ganas de arrojar otra mirada sobre la cocina de Elkano aliadas con una galerna que imposibilitó la pesca del rodaballo nos llevaron a otros productos. Otros, pero igual de gloriosos. Aitor nos explicó su Cantábrico con su erudición trasladada al plato: bonito marinado, chicharro ahumado y verdel curado. De entrada. Siguió a esa vela de armas la bogavanta. Taxonomizada y vibrante de texturas. El tronco y la pinza con una sutil vinagreta; la cabeza a la parrilla y las huevas en evolución. Una pasada de sensaciones marinas. Después, unas setas a la parrilla (¡esas xixas!) y un guiso de calamar, tradicional y pletórico de confort. Más retos: gónada de dorada (recordando la de caballa que daba Ferran hace años en El Bulli), foie de salmonete y salmonete a la parrilla y, por fin, el elocuente lenguado a la parrilla, una pieza de finura y tersura enloquecedoras.
Muchos son los Elkano…
El menú de Elkano. San Sebastian Gastronomika. Getaria. Fotos: Xavier Agulló.
Akelare, 50 años de alta diversión Aunque con Pedro, “sólo” 45. Ahí lo conocí a Pedro, mi primer “gran vasco”. Ahí volví la otra noche para celebrar la historia. Y en su mesa revisité algunas de las elaboraciones más representativas de su trayectoria, un menú historiográfico que, dijo, se quedará en la carta como otra propuesta. Un arranque con la mantequilla diabólica, los huevos fritos con patatas fritas y jamón y el talo de morcilla nos llevaron a todos a una sabrosa nostalgia. Pero también los sorprendentes (la sorpresa es uno de los vectores al que Pedro jamás ha renunciado) macaron-gilda y el buñuelo de tartare de carabinero. Subijana no cesa.
El menú 50 Aniversario. Akelare. San Sebastian Gastronomika. San Sebastián. Fotos: Xavier Agulló.
Luego fueron pasando auténticos monumentos que van más allá de la historia de Akelare porque están instalados en la propia de nuestra gastronomía. La terrina de sardinas con crema de pisto, la ostra en su cáscara (comestible), la terrina de rabitos de cerdo ibérico… La Nueva Cocina Vasca rediviva, regalándonos retazos de aquella Nouvelle Cuisine en la que se inspiró. Ensalada de verduras del huerto y bogavante con cúpula de su coral; el chipirón de anzuelo con arenas de colores; el pozharsky de cordero con nube de patata… Y, desde luego, la aparatosa langosta destilada en gueridón y “el primero”, la legendaria lubina a la pimienta verde de 1976. Todavía la frantxineta frita con ruibarbo y… el seminal gin tonic en el plato, postre deconstruido que inauguró nuevos mundos en su día.
Imposible no amar a Pedro.
Debo reconocer mi admiración por el inclasificable chef argentino Paulo Airaudo, capaz de triunfar a contracorriente en una plaza tan jodida como Donosti. Y más todavía: de progresar culinariamente como un sofisticado jabato sin fronteras. Ahí va su nuevo “italiano” de San Sebastián. Y, por la noche, la cena de “los heterodoxos” en Topa. Un día muy cumplido.
Ese lunes por la tarde llovía en Donosti. Pero ni el txirimiri empoderado e insidioso evitó que Luchini y yo anduviéramos por la concha charlando despreocupadamente sobre, ahora no recuerdo exactamente, Foucault o Derrida (risas). En esas estábamos cuando Paulo Airaudo, refugiado de la llovizna en la terraza de su nuevo restaurante Amelia (hotel Villa Favorita), nos invitó a compartir champagne bajo techo. De este inopinado encuentro surgió la idea de, al día siguiente, martes, ir a probar al mediodía su restaurante italiano, el Da Filippo, emplazado donde el antiguo Amelia, en Gros.
Mucho han cambiado las cosas para Paulo desde que probé por primera vez su Amelia, al poco de abrirlo. Desde entonces (ya me gustó mucho, aunque con algunas dudas), abrió en Londres el Da Terra y se consiguió una estrella; se apalancó en Hong Kong con tres locales (Amelia en versión casual, Da Filippo y Haku, un kaiseki con influencias sudamericanas); y, por fin, inauguró la Cantina 1985 (parrilla argentina), trasladó su Amelia original a La Concha (una Michelin) dejando éste como el italiano Da Filippo, que es a lo que hemos venido, todo ello en Donosti. Sin despeinarse.
Comedor. Burrata. Vitello tonnato. Capelletti. Da Filippo. San eEbastián. Fotos: Xavier Agulló.
Con un equipo completamente italiano y la pasta (fresca) elaborada en casa, recibe Paulo con un aceite de la Toscana y con una porchetta en crujiente de pan, no exenta de elegancia. Las anchoas “llegan de Venecia”, en el agridulce del saor, seductoras. Al vitello tonnato, sin embargo, le falta tralla. Espléndida es, a continuación, la burrata, “ridículamente artesanal”, explica el chef, que le llega cada martes. Pura sofisticación láctea.
A continuación, descarga de pasta con ese dente arrebatador: capelletti de pato, mantequilla y tomillo; ñoquis de calabaza (extrema finura) con salvia y ricota salada; fagottini rellenos de stracciatella; paccheri alla Norma; ñoquis (harina y agua) sardos con ragú blanco; raviolo de castañas y pollo; linguine con botarga y limón; caserecce cacio e pepe; y spaghetti al nero di sepia.
Toda la carta. Y, así y todo, para volver.
La cena de los heteroxos. Topa. San Sebastian Gastronomika. Donosti.
La noche de “los heterodoxos” Tenía razón Benjamín Lana cuando me decía que “los heterodoxos” o “bistronómicos” eran la revolución gastronómica actual. Hablándolo con el colega Ignacio Medina coincidimos en ello y todavía más: este colectivo (que no lo es, porque cada uno tiene su paisaje, su personalidad y, por tanto, su estilo) es el verdaderamente heredero de Ferran Adrià, puesto que han continuado, bajo parámetros culturales actuales, una obra cuyo núcleo siempre fue la búsqueda obsesiva del alma de las materias primas. Si en otros tiempos divergían del mainstream, ahora mismo son el mainstream, y no sólo por la exaltación del producto, sino por unas formas que sacralizan el instante, “la muñeca” y la fusión con el cliente. Tras la presentación del esclarecedor documental que realizó SSG20 sobre las cocinas de algunos de ellos, era menester la promiscuidad organoléptica, una de las características, precisamente, de su ideario genérico. Para expresarla, se eligió el Topa de Andoni Luis Aduriz, dirigido por el chef Jordi Bross, con las actuaciones estelares de Rafa Peña (Gresca), Nino Redruello (Fismuler), Iván Domínguez (Nado y, próximamente, en Madrid) y Pedrito Sánchez (Bagá).
Con una entrada singular a base de una selección de quesos de Tenerife (grandes desconocidos), el desfile ya no cesó: las renombradas quisquillas con escabeche de perdiz (Pedrito); el besugo semicurado con almendras y tinta (Nino); el monumental foie gras escabechado (Rafa); remolacha con ciruelas y rosas (Pedrito); torrija de lengua con comté (Rafa); taco de maíz y mijo con huitlacoche y trufa; fabas de Lourenzá guisadas con espinacas y consomé de las entrañas; y la conocida tarta de queso (Nino).
¿Futuro? Fijo; pero, ¡qué presente!
Ángel León y Eneko Atxa. Azurmendi. San Sebastian Gastronomika 2020.
Tras pasar el día en el “plató” Akelarre (recordando el calamar del domingo en Casa Urola, eso sí), solazándome con las salazones taumatúrgicas (nunca mejor dicho, porque son sin sal) de Quique Dacosta, los cuentos andalusís maravillosos de Paco Morales, la cueva de Alí Babá marina de Ángel León, la exquisitez hortelana de la italiana Caterina Ceraudo, la exaltación mediterráneo de Gennaro Esposito, el ecotelurismo de Pietro Zito o Toño Pérez reviviendo el paté en croûte, llegaba la noche, que prometía en Azurmendi el encuentro improbable: Eneko Atxa y Ángel León. ¡Saravá!
Si el día fue un maremágnum de cámaras, pantallas, conexiones entre platós y la sensación en todo el gran equipo de estar escribiendo una nueva historia, la noche auguraba, sin perder la emoción de lo inaudito, el primer encuentro presencial del congreso. Un encuentro en la cima de dos de los más grandes posibles -Eneko y Ángel- en el espléndido escenario de Azurmendi.
Más que una cena, un hito. En plena pandemia, pero con la máxima seguridad (Azurmendi, gracias a sus tamaños, permite promiscuidad segura), Atxa y Ángel, por primera vez, unieron el Mediterráneo y el Atlántico, las sugerentes brumas y las cálidas luces, en una performance que no será sencillo olvidar. En manos de los dos chefs (8 Michelin en total) y bajo la minuciosa exquisitez del equipo de sala -al amigo Guillermo le cambiaron la ubicación del servicio a partir del tercer plato, al detectar su zurdera-, el rock and roll no paró de sonar, estridente a veces, sutil otras, grandioso siempre.
Quisquillas. Eneko Atxa. Azurmendi. San Sebastioan Gastronomika 2020.
Una cena, una fiesta, una celebración de nosotros mismos. ¿Quieres más a papá o a mamá? Eneko “despertando hierro” con su hoja de otoño, el limón grass, el enamoradizo praliné de setas o el tartare de bogavante y mantequilla. ¿Y Ángel? Envolvente kokotxa con pan.
Ángel de última generación: bacon marino (dorada), cargándose con la “realidad” el término trampantojo. Otrosí: la morcilla pelágica, compañeros, puntillitas rellenas de sangre de morena, o la brújula loca… ¿Y las halófilas? Surgidas de la marisma para transmutarse en superespinacas soñando mar.
Pero, ojo con Eneko. Las quisquillas, otro de los greatest hits de la noche, con gel vegetal y granizado de tomate, un mundo de colisiones masoquistas; la berenjena a la brasa con anchoa, caviar y legumbres, surf and turf con desparpajo; o las pochas con anguila de clamorosa intensidad.
Y, ya desatadas las pasiones, el espectáculo del jarrete de almadraba de Ángel y esa síntesis final de la vizcaína de Eneko, la metáfora en el plato.
Corazón “partío”. Y yo preocupado… (Continuará)
Andoni Luis Aduriz y Benjamín Lana en una de las cenas del congreso. San SEbastian Gastronomika 2020. Topa. San Sebastián. Foto: Xavier Agulló
Nadie podía intuir, en octubre del pasado año, que amenazaba tormenta perfecta. Cuando empezó a llover ya sin parar, en primavera, Grupo Vocento y Gsr se lanzaron con arrojo, y sin “jurisprudencia”, a la hazaña del “Live”, un foro internacional diseñado a partir de “webinars” coordinados y enlazados de raro nivel. Éxito. Después, como el temporal no amainaba, se pensó para la edición XXII de octubre ’20 en el diseño desde cero de una plataforma “on line” y de potencia nunca vista para hacer un congreso virtual. Se consiguió. No obstante, el segundo día de programación ya se certificó que SSG20 no era un “congreso virtual”, sino un gran congreso per se, sin adjetivos, con arrebatados directos, virtualidades en vivo, presencias estelares, gastronomías lúdicas, celebración de restaurantes en la mesa e insólitos formatos de exhibición. Y entonces las improbables (pero ciertas) cifras: 20.700 registrados de 103 países, 70 ponencias, 80 chefs y 50 horas de televisión en vivo. El congreso se había transformado en el programa de TV gastronómico más largo y fabuloso del planeta. Gastronomika (una vez más) había hecho historia.
No fue un trabajo fácil, aunque alguien tenía hacerlo. Partiendo sólo de la ilusión, la emoción, el trabajo, el tesón. Sin rendirse jamás. ¿Sería posible armar un congreso con todas las dificultades inducidas por la pandemia, y más todavía, manteniendo las más estrictas condiciones sanitarias? ¿Sería viable compaginar conceptos y formatos en busca de un nuevo lenguaje congresual? ¿Se estaría a la altura, con esta impedimenta, para crear la programación que siempre se espera de SSG? ¿Se lograría enrolar a chefs de todo el planeta? ¿Se podría, con tecnología, recrear la fantasía plena de un congreso, de una “kermesse” gastronómica? ¿Se conseguiría un sustrato ideológico innovador para alimentar los diferentes futuros culinarios postCovid?
Sí a todo.
Este sí a todo no es ajeno a la voluntad schopenhaueriana militante (y la ímproba personal) del inalienable equipo de Grupo Vocento y Gsr. Y, ajustando, la de Benjamín Lana, Iñigo Iribarnegaray, Roser Torras y Félix Rivadulla. Y todos los demás, por supuesto. Pero el gobierno de un bajel en la galerna necesita no sólo las decisiones y su ejecución, sino el liderazgo de la convicción que posibilita la heroicidad entre toda la tripulación. Así fue. Los trances, los noes, los desánimos y hasta la desesperación fueron homéricos, cierto; pero en el gobernalle no se abandonó jamás. “The harder they come…” A cada dificultad se respondía con más firmeza, más terquedad. Y, poco a poco, el nudo gordiano se fue relajando hasta deshacerse por completo.
Visión parcial del plató central. San Sebastian Gastronomika. 2020. San Sebastián. Foto: Xavier Agulló.
El concepto inicial del congreso –“Caminos”- se debía desarrollar. De una forma tan novedosa como lo exigen los tiempos que han de venir. No era suficiente tener a algunos de los mejores chefs de España y el mundo, no. Y de esa inquietud obstinada, el equipo hizo virtud. Los chefs vascos y españoles más creacionistas debían estar. Se pedía, desde los más profundos sentimientos de amistad y solidaridad, un hermanamiento con Italia. Se detectó la emergencia (a pesar de los años que llevan en ejercicio) de los “heterodoxos”, aquellos chefs que han convertido lo que una vez se llamó bistronomía en una verdadera lección de cocina, que hoy navega en las cumbres con una silenciosa revolución de producto, inmediatez, “muñeca” y “liaison” con el comensal. Se investigó en la “blaxploitation” de la “cocina negra”, aquella que, desde la África profunda y, especularmente, desde América (Norte y Sur), mira a las raíces africanas y antillanas y se generó una jornada vindicativa, “Black cuisines matter”. Se decidió profundizar en ejemplos y proyectos nacionales e internacionales para dar nuevas miradas a nuevos horizontes posibles. Y también se quiso mostrar a los más grandes de otra manera, tanto ofreciéndonos soluciones imaginativas y a la vez realistas como dejándonos entrar sin tapujos en sus cocinas o sus vidas.
Una pasada.
Luego, retorciendo birlibirloques y dándolo todo, se consiguió condensar todo lo anterior en un “reality” virtuoso, y se hizo ese gran y singular programa de televisión trufado, imbricado e hibridado en directo con impactos presenciales y con epifanías gastronómicas como la improbable cena de Eneko Atxa & Ángel León, la concelebración de los bistronómicos (Rafa Peña, Iván Domínguez, Pedrito Sánchez, Nino Redruello y el equipo de Andoni del Topa), la gran fiesta de 50 aniversario de Pedro Subijana, con una revisión de algunos de sus más grandes platos, el prolijo descenso a los océanos de Aitor en Elkano…
Y mucho más, por supuesto, por delante, por detrás y más allá de las cámaras. Con el añadido de que el congreso se podrá disfrutar durante todo el próximo año online con sólo un click.
La historia no se debe repetir: se debe crear. (Continuará)
Los hermanos Roca. El Celler de Can Roca. Girona. Foto: Xavier Agulló.
Artículo publicado en Metrópoli.com (4 de septiembre de 2020)
La nostalgia puede jugarse desde dos tableros: el de la melancolía seducida fatalmente por “cualquier tiempo pasado fue mejor” (tentación no baladí en estos infames tiempos víricos); y el de la mirada opulenta a unos orígenes y a una evolución como mojos de un camino que no olvida ni tampoco cesa hacia nuevos horizontes. Joan, Pitu y Jordi son los amos del segundo en El Celler. Acaban de reabrir tras un breve episodio de Covid.
S bien en su Mas Marroch (espacio para cáterings antes del apocalipsis) han apostado por una retrospectiva directa de sus greatest hits (“con gran éxito, abrimos sólo noches para mantener la conciliación familiar, pero con dos turnos y lista de espera”, dice Joan), en El Celler, como se decía, el envite es una reflexión gastronómica (y emocional) que transita entre los hitos conceptuales y técnicos que han sustanciado su cocina y su desarrollo final (a 2020). En román paladino: una primera parte del menú exhibiendo los platos que han marcado líneas de trabajo; y una segunda con los nuevos fenómenos de este año. El recorrido, más allá de la evocación festiva de “grandes momentos” vividos, apela al comensal a comprender, relacionar y proyectar un trabajo de 34 años que ha marcado la culinaria mundial.
El menú-degustación 2020. El Celler de Can Roca. Girona. Fotos: Xavier Agulló. De esta forma, y con un restaurante que inaugura, en palabras de Pitu, “cambios sutiles” -más separación entre mesas, lo que da la sensación de estar solos en el salón; tonos más cálidos en el suelo de la recepción, las lamparitas del comedor, ciertos muebles…-, la liturgia se inicia con la memoria a manera de prefacio histórico explicativo. Para entendernos, una suerte del “resumen de lo acontecido” a la manera de las series de Netflix, para que no nos perdamos en las nuevas aventuras que llegarán más tarde. Ya de entrada, un timeline de snacks vertiginoso: canelón de pularda (2001), carpaccio de pies de cerdo con aceite de ceps (1989), tartaleta de boletus, tuétano y piñones (1995), corte de cochinillo con melón (2010), y lorito con bergamota e hinojo (2006). Una “vuelta al mundo… introspectivo”. Luego llegarán algunas de las elaboraciones esenciales que metaforizan el proceso creativo Roca. Ahí están la rompedora ostra con destilado de tierra (2005), la chispeante olivada (2018), la caballa con encurtidos y botarga (2013), la glamourosa velouté de crustáceos con caviar (2001), la globular tortilla de calabacín (1999), “toda la gamba” (1999), el famoso tartare con oloroso y helado de mostaza (1999), los brioches de trufa (2009) o el turrón de foie gras (2005).
El menú-degustación 2020. El Celler de Can Roca. Girona. Fotos: Xavier Agulló.
En la actualidad (2020). Fiesta sensorial donde mandan cremosidades, contrastes táctiles muy chic, “surf & turf” y, sobre todo, mucho sabor. Profundo y estilizado mar y montaña vegetal; impactante ensalada verde; arrebatadas flores encurtidas con romesco; la dialéctica de la berenjena; ortiguillas y ortigas en promiscuidad; cigala con sobrasada; melva curada con grasa de vaca vieja; enamoradora raya con azafrán; secuencia de cordero (papillote de barro e higuera, sus casquerías); pato refocilándose de ciruelas; y “pithivier” de pichón más allá de la perfección.
O sea, lo único nostálgico de El Celler 2020 es el futuro.
PD. Jordi (por cierto, su cortometraje “El sentido del cacao”, ha recibi do recientemente el premio del público en el Festival de Cine de Málaga) remata su 2020 con un fresco cromatismo rojo, un cremoso de chocolate en inmersión caprina y un haba “maison” de cacao. Pitu, como siempre, salido con el maridaje, armonía y sensibilidad: Jacques Selosse Initiale, González Byass Palo Cortado 1986, Weingut Von Schubert Abtsberg Aulesse (1969 y 1990), cava Mestres Mas Via 2000, Comptes Lafon 1er Cru Santenots-du-Milieu 11, Chateau Montrose 1975 y Mdme François de Montille 1er Cru Pezerolles 1977. Es decir…
El Celler de Can Roca Can Sunyer, 48
Girona
Tel. 972 22 21 57
Cierra domingo, lunes y martes mediodía
Precio medio: 190 € / 225 € (maridaje aparte)
Pocos restaurantes pueden fardar de ser ya historia en la gastronomía eco, sostenible y de proximidad como Els Casals (Sagàs). Cocina de círculo cerrado y sin contemplaciones.
Sería ocioso volver a contar la fascinante historia de los Rovira de Els Casals. Familia dedicada a la agricultura y la ganadería desde la Edad Media y preocupada también por las artes (todos los hermanos tocan algún instrumento) aunque sin olvidar las labores rurales. Cada hermano se ha especializado: el corral, el huerto, la piara, el vacuno… Oriol, la cocina.
Una cocina, como se sospechará con certidumbre, que brota de todo lo anterior. Allí, en mitad de las silenciosas llanuras y colinas del Bajo Berguedà, el restaurante (que también incluye un pequeño hotel para “huir del mundanal ruido”) se refleja con nitidez en el espejo del paisaje. Con una carta de vinos más que curiosa, con mucho biodinamismo, Oriol esculpe sin alardes ni artificios los sabores y aromas de lo que el comensal ve por los ventanales.
Tomates. Paté en croûte. Sobrasada. Panceta. Els Casals. Sagàs (Barcelona).
El plato que simboliza todo ello, que lo acompaña desde hace años es, simplemente, el de tomates del huerto. Comenzó hace años con uno solo, que primero servía con ajo hasta que se dio cuenta que ni eso hacía falta. Pero ahora… Ahora, aquel plato que asombraba a los foodies seminales por su sencillez y potencia presenta 12 variedades. Directos de la mata, esto no ha cambiado. Negros, pera, meta de cabra, San Marzano (cultivados en el huerto, por supuesto), bombilla, amarillo, pit de monja, blanco de Berga, verde de margen, raïm atòmic (variedad de Oregón, USA), “feo”, de Barbastro, “cereza”, “albaricoque”… Se habrá adivinado por el surtido que Oriol no sólo ha rescatado los tomates de su tierra, sino que, en sus múltiples viajes por el mundo, ha “importado” variedades raras que luego ha trabajado con éxito en su huerta.
Oriol y la panceta. Flan. Els Casls. Sagàs (Barcelona).
Pero antes de los tomates, para abrir tema, Rovira saca unas cortezas de cerdo con jamón de la casa (su cruce personal de duroc e ibérico) y un paté en croûte con vinagreta de trufa blanca que ahora mismo es de perdiz y pato, pero que también puede ser, según temporada, de tórtola y cerdo, por ejemplo. Una de las recetas clásicas que se trajo de su aprendizaje en el Taillevent de París. Y tras los tomates que siguen, otro de sus must intocables: la sobrasada con miel, todo “de casa”, naturalmente. Luego llegan el macro canelón de capón y cerdo y, como traca final, la panceta salada y asada directamente, un despliegue de cremosidades y crujientes de alto voltaje.
No voy a delegar, sin embargo, el flan, uno de los mejores (si no el mejor) que he probado jamás. Una textura enamoradiza, un sabor de suavidad extrema…
A una hora exacta de Barcelona.
Els Casals Sagàs (Barcelona)
Tel. 938 25 12 00
Cierra lunes, martes y noches de miércoles, jueves y domingos
Precio medio: 60 €
Siggi Soler. Golpe de Estado. L’Ametlla de Mar. Foto: Xavier Agulló.
Si vas (o pasas por ahí) a l’Ametlla de Mar (Tarragona), el restaurante Golpe de Estado, en el puerto, frente al mar, te arrebatará de Delta y de Mediterráneo…
No recuerdo exactamente ni cuándo ni cómo me topé con Siggi Soler. Sé, no obstante, que desde aquel momento esquivo en mi timeline han sido muchos los mediodías y noches generosas de gastronomía, de alcoholes diversos (él siempre miró con fervor a las Highlands), de conversaciones intensas y de compartir amigos previos -véase el gran Joan Escribà– y nuevos siempre con el apoyo de una barra, una mesa, un cenicero y varias botellas. Ubérrimo de vida, Siggi, que ha vivido en medio mundo, muy especialmente en África (tuvo dos restaurantes en Kenia, conoció la insólita despensa africana en la peligrosa Bangui, República Centroafricana, donde los hoy famosos murciélagos se sirven ahumados –“achicharrados”, matiza- y de donde debió salir por pies dejando todo atrás), fatigó Beirut… Coincidí en una ocasión con él en Costa Rica, donde se solazó unos cuantos años a la vez que -cierto- puso de moda allí nuestra sangría Lolea distribuyéndola él mismo. Por fin, me presentó hace unos años a la gran esperanza culinaria negra de África, Selassie Atadika (Midunu), que desde Accra (Ghana) está lanzando al mundo la Nueva Cocina Africana, movimiento que, precisamente, presentará el próximo octubre en exclusiva en el congreso San Sebastian Gastronomika.
Las violentas convulsiones en África, la excesiva morosidad de Centroamérica y diversos avatares internacionales lo regresaron por fin a España. A l’Ametlla de Mar (Tarragona), aun siendo él de Barcelona, donde adquirió una gran finca olivarera (que trabaja minuciosamente) y donde imaginó un negocio de turismo fluvial sostenible con barcazas-hotel en el Ebro que, finalmente (era sospechable) tuvo que olvidar. Fue en el ínterin cuando le ofrecieron el restaurante del Club Náutico de l’Ametlla de Mar, una propuesta que no pudo rechazar. A día de hoy, lo tiene a pleno rendimiento, e incluso se hizo con otro restaurante, más pequeño, en el paseo marítimo, bajo el nombre de Tela Marinera.
Restaurante Golpe de Estado, L’Ametlla de Mar. Fotos: Xavier Agulló.
El Golpe de Estado Aunque “sombras le avisaron” que no pusiese ese nombre, el eclecticismo y el descreimiento de Siggi se mantuvo: Golpe de Estado. Éste es el nombre de su restaurante madre.
Un gran espacio, fundamentalmente terrazas pero también un comedor interior, siempre con vistas al puerto, ese puerto que es lugar de atraque de los barcos de Balfegó, cuyas jaulas llenas de atunes rojos se hallan un poco más allá dentro del mar. De hecho, a golpe de barca.
Por cierto que, antes de comer, navegamos hacia los cercos para poder ver a los atunes en la motora de Siggi. Hoy hace un día perfecto para hacerse a la mar.
A la vuelta, nos recibe un albariño y una pequeña muestra de la cocina de Siggi -evitando la inmersión exagerada en el atún rojo, que ya conocemos. De entrada, una ensalada de queso de cabra frito e higos, frescura pertinente para movernos hacia el pulpo local a la brasa con patatas al pimentón, de sabrosa factura. No podía evitarse, estamos en el Delta del Ebro, la coca de anguila ahumada con tomate, puro paisaje y morbidez antes de la descarga del buchi, un guiso canalla marinero a base de la casquería del atún (callos y corazón) con patatas. Intensidad marina que, sin embargo, no está exenta de recodos y sutilezas. Un must.
Ensalada. Pulpo. Buchi. Besugo. Restaurante Golpe de Estado. L’Ametlla de Mar. Fotos: Xavier Agulló.
Para acabar a lo grande, nos gozamos un besugo de la zona (todo el pescado es de la Lonja) entero, a la brasa, de impecable cocción, porque siempre nos gustó el espectáculo. Y una crema catalana.
En tiempo de descuento, me cuenta Siggi sobre el Tela Marinera, su otro restaurante en el pueblo. “Me asocié con una de mis camareras, Susi, una inglesa que hace años vive aquí, para recrear una taberna marinera. Antes de abrir nos vimos en varias ocasiones con los marineros jubilados de l’Ametlla, y ellos nos explicaron todos los secretos de las recetas de los ranchos marineros que comían en los barcos, que es justamente lo que hacemos en el local. Y una curiosidad: el pulpo lo preparaban sin hervir, directamente a la brasa, que es como lo presentamos en Tela Marinera”.
Luego, mientras las gaitas escocesas se colaban suavemente en la mesa, seguimos hablando de nuestras cosas…
Golpe de Estado Calle El Port (Puerto)
Tel. 877 91 61 22
L’Ametlla de Mar (Tarragona)
Siempre abierto
Precio medio: 25 €
Con el nombre de Cadaqués, inequívoca metáfora del espíritu mediterráneo, el Grupo Sagardi ha abierto restaurante junto al puerto de Barcelona. Atmósfera parsimoniosa, parrilla de leña, producto estelar y maneras tradicionales. Escuela de placer…
Son ya muchos los años que llevo siguiendo a Iñaki López de Viñaspre, inspirador y dirigente del Grupo Sagardi, como audaz y tenaz empresario de la restauración y como amigo. Sin duda, su trabajo de difusión de la cocina vasca tradicional, desde el pintxo hasta la txuleta, tanto aquí como en Portugal, Reino Unido y en América (México y Argentina), ha sido mucho más que notable. Pero más allá de su leit motiv principal, también Iñaki se ha fascinado de otros parajes, de otros sabores. Así, sus dos restaurantes junto a Oriol Rovira de Els Casals (Sagàs y Pork) o su espectacular y metauténtico mexicano Oaxaca, con el gran chef Joan Bagur, todos ellos en Barcelona, no han cesado en el éxito de los muy conocidos “Sagardis”.
Era entonces paradójico que, viviendo junto al mar Mediterráneo, en Sant Pere de Ribes, no hubiera sentido la llamada de su esencia gastronómica. Pero sí. Y justo antes del fatídico estado de alarma, el pasado febrero, abrió el Cadaqués, cuyo nombre, como decía en la entradilla, no admite demasiadas interpretaciones. A pocos pasos del mencionado Oaxaca, los barriles en el exterior de la entrada para demorarse en alguna tapita y la gran cristalera que muestra sin tapujos la enorme parrilla y las llamas, sitúan al transeúnte al borde del mar, y en los días claros hasta el Cap de Creus es vislumbrado por los más fantasiosos.
La parrilla. Restaurante Cadaqués. Barcelona. Foto: Xavier Agulló.
En el interior manda la estética lenta y marinera de la Costa Brava más lejana, pizarras, maderas desnudas, suelos originales de antaño, blancos, azules… Frescor y maresía en el ambiente. Pablo Arnal, el director, es quien organiza la sala, con la cocina vista. Y recibe con un bull de Cal Rovira acompañado de un airbag, sabroso pero fino snack. Como ya se habrá adivinado, el Cadaqués es restaurante de pescados y arroces elaborados como siempre, pero con un cariño muy especial para las cocciones. Perfectas. Pero también “clásicos” de la cocina catalana como el pollo (Cal Rovira) con cigalas, las albóndigas con sepia, el fricandó…
Una incursión en la carta, no obstante, ofrece mucho más, e incluso algunos incunables que harán del comensal peregrino recurrente. El primero, de entrada: la cigala entera del Cap de Creus, minuciosa en el tratamiento, recubierta por un sofrito que le arrancaría más que una sonrisa al desaparecido Pere Bahí, seis horas a fuego lento, toques de Pernod y guindilla y con tan refinada intensidad que, me confía Pablo, “es la hostia en bocadillo”. Lo creo. Llega entonces el pan del Forn Vilamala, porque ese sofrito es esclavo del unto. Y el canelón (levísima pasta wonton) de brandada de bacalao con coulis de tomate, que, infortunadamente, lleva un exceso de vainilla.
Gauss vuelve a su pico con otro de los inexcusables: la tortilla de patata (con cebolla) recubierta de romescada y gambitas. Penetramos en otro mundo donde fundencias y sabores en promiscuidad te lanzan fuera a lugares ensoñadoramente deleitosos. Todo un ataque a la honestidad. Buen momento para el arroz, hoy el brut. Sepia, calamar, rape y almejas. Medio dedo de grosor. Punto intachable. Harto de comer arroces que me retrotraen fatalmente al tigre soñado de Borges (“disecado o endeble, o con impuras variaciones de forma, o de un tamaño inadmisible, o harto fugaz, o tirando a perro o a pájaro”), éste se me antoja el punto justo de prudencia y sabor, y, desde luego, con esa cocción tan “fácil” destinada a la celebración del cereal en promiscuidad marina. El Mediterráneo resplandece. Hay más: de caracoles y conejo en homenaje a Paco Gandía, El Pinoso; el cremoso de bogavante; el de pescados de roca… Todos a la leña.
No pueden faltar los famosos taps de Cadaqués con nata avainillada como fin de fiesta, pour le plaisir. Y, por cierto, la semana que viene se abre el Cadaqués de Madrid.
Juraría, cuando luego voy a buscar el coche, que tras la Estación de Francia se levanta un faro…
Diego Schattenhofer junto a su BBQ. Tenerife. Foto: Xavier Agulló.
¿Y un asado argentino en la barbacoa de mi casa? Es el gran Diego Schattenhofer al aparato. Una tentación de este chef argentino (afincado en Tenerife) de desbordante creatividad gastronómica multidisciplinar (neuronal, psicológica, antropológica, biológica…) no se debe rechazar jamás. Si es capaz de sintetizar los aromas de los aborígenes guanches, imagínate ante la parrilla…
El chalet de Diego es su vivienda y, también, su lugar de trabajo en estos tiempos inconcretos (su restaurante, el 1973 del hotel Villa Cortés está todavía cerrado). En el gran porche del jardín, una mesa con una pantalla gigante conectada con su equipo de cocina y con sus asesores científicos, mezclada con un variado escaparate de la muy de culto cerveza artesana Jaira (Gran Canaria), lo certifica sin duda.
Son las siete de la tarde en San Eugenio (Adeje) y la temperatura es perfecta. Frente a la mesa, la macanuda barbacoa, diseñada y fabricada por él mismo, desde la obra y las bandejas metálicas hasta las diversas sondas electrónicas para controlar las temperaturas. Diego es un verdadero obseso de la perfección, no en vano se formó con Mallman y Coll en Argentina, sino que se remató, ya aquí, con Martin Berasategui, Paco Pérez o Francis Paniego. Tampoco es trivial su conocida hiperactividad, gracias a la cual es capaz, cada día, de estar al tanto de todo lo que se hace en el sector (mundial), de leerse los libros culinarios que se van editando y de avanzar, junto a sus asesores, la universidad y otras instituciones (CSIC, Oceanográfico…) en los diversos proyectos que confluyen luego en su cocina. Desde la recuperación de las cuatro gallinas autóctonas canarias hasta el análisis exhaustivo de la rica y desconocida fauna marina tinerfeña (poniéndola en valor culinario), pasando por el estudio de los aromas, la investigación en la memoria gustativa y otros temas de muy innovador calado que no se pueden contar aquí y que serán materia de su ponencia en el próximo congreso San Sebastian Gastronomika 20.
Cervezas artesanas Jaira de Gran Canaria. Tenerife. Foto: Xavier Agulló.
Cervezas y vinos Para ponernos al día, y tras charlar con José Manuel Pérez de La Lastra (Agrobiotecnólogo del CSIC) por zoom, comenzamos festejos -junto a Pedro Pascual (biólogo del Oceanográfico, que mañana justo va a hacer una inmersión para checar cuatro juveniles de tiburón martillo avistado en Los Cristianos), José Alfredo Escobar (jefe de protocolo del Ayuntamiento de Arona) y Cindy Ropraz (mujer de Diego)- probando las diversas cervezas Jaira, las cuales, por supuesto, las sirve Diego tras comprobar con el termómetro electrónico que están en justo punto de frío. Sorprendentes por su frescura, destacan la elaborada con agua de nubes (la “lluvia vertical” canaria) y la de 12 grados, que es la que ya nos aboca al carril central del asado. No sin antes, que somos prolijos, abrir la primera botella de vino, una selección que ha hecho Diego en la bodega Finca Vegas (en Granadilla, a 1.200 metros de altura, DO Abona). Al frente de la bodega, Stan Wetyjens y su hijo Anthony, quien estuvo trabajando para Petrus en Napa Valley tras formarse como enólogo en Burdeos. Sus babosos (los que tocan hoy aquí, aparte de su Malvasía y del cava invitado, el muy preciso de Altos de Trevejos) son algo inexplicable. El Baboso Blanco 2017, gran triunfador de la noche (sin desmerecer a los otros), 12 meses sobre lías, es la perfecta unión entre paisaje, frescura y ensoñaciones de pastelería…
Callos y mollejas. Parrilla de Diego Schattenhofer. Tenerife. Fotos: Xavier Agulló.
Entregados a las carnes Comienza Schattenhofer la liturgia con las empanadas, que rellena de carne con cinco meses de maduración. Las brasas están en su apogeo, y la gran olla de hierro, fabricada por un forjador amigo, se sacrifica de aceite hirviendo para conseguir lo innegociable: unas empanadas bien fritas pero con la carne jugosa. “El líquido se debe desbordar mientras las comes”, apostilla Diego. Y sí. Intensidad y jugosidad obscena. Munificentes. “Muchos empresarios me han propuesto hacer una empanadillería en Tenerife”, ríe.
Las mollejas de corazón suben todavía más la tensión en la barbacoa y en la mesa, que ya es una tertulia imparable. Diego las ha confitado y las pone ahora a la brasa, muy brevemente. El resultado es como saborear una peli porno.
Los callos con pimienta palmera, jamón ibérico y manitas ibéricas requieren de un toque más de picante, pero sin problema, Diego viaja siempre con una guindilla en el bolsillo (verdad). ¡Ahora sí!
El costillar de ternera. Tenerife. Foto: Xavier Agulló.
Gran momento el de la entraña. Me fascinó por esa pieza hace años la desgraciadamente desaparecida Raquel Rosenberg, con quien más tarde la compartí en Don Julio (Buenos Aires). Diego, que no es fan de Pablo Rivero (propietario de aquel restaurante bonaerense hoy en día con fama mundial), nos da toda una lección “entrañable” consiguiendo una textura que traspasa los límites del placer. Grande Diego.
Con la entraña todavía bailando en el cerebro, se anuncia el gran costillar entero de ternera, que ha estado toda la noche anterior en salmuera. Y lo lúbrico se hace carne, las costillas despegándose solas, la untuosidad, la jugosidad, el sabor de la parrilla. Y fue la apoteosis.
Luego, tras la chuleta de 5 meses para darnos nobleza tras el canalleo, todavía quedó tiempo para, con la carne sobrante del costillar, volver al arrebato friendo unas arepas, sin duda las mejores que habré probado nunca.
Nunca lo olvidaremos.
Los disfrutantes. Tenerife.
Borja Marrero. Helados. La Lexe. Tejeda. Gran Canaria.
Tejeda te atrapa irremisiblemente. Lejana, en las mágicas cumbres grancanarias, remoto e inquietante Patrimonio de la Humanidad, sus gentes, sus roques numinosos y el “Km telúrico” de Borja Marrero en su restaurante Texeda (ahora también en la nueva heladería, La Lexe, helados creativos de proximidad) detienen el continuum y, entonces, adviertes que ya siempre estarás allí.
El fin justifica (y maravilla) las curvas. Viajes desde donde viajes, Norte o Sur de Gran Canaria, llegar a Tejeda nunca va a ser trivial. Porque no lo puede ser. Como nunca lo fue cuando “subíamos” dificultosamente al distante El Bulli inflamados de revolución. Las curvas que llevan a la cima de la isla, prodigio de geometrías extremas, te conducen entre barrancos insondables hacia las propias nubes, compañeras de trayecto primero, allá abajo, formando un mar brumoso del que sobresale el pico del Teide (en la vecina Tenerife, más allá del océano) a medida que se asciende.
El Teide (Tenerife) visto desde las cumbres de Gran Canaria. Foto: Xavier Agulló.
Lalexe, los helados que se enamoran del paisaje… Aunque Tejeda, como decía, sea un estado mental para todo aquel que la haya visitado, en el plano de la física newtoniana se agradecen las “excusas” materiales para regresar una y otra vez. Y la nueva heladería del chef Borja Marrero, Lalexe, es de pretexto perentorio e innegociable. Borja, uno de los ejemplos más radicales y creativos de la gastronomía Km 0 (más precisamente, “Km telúrico”) de España, estricta cocina de “círculo cerrado” pero en constante movimiento generativo, es además empresario (tiene un importante cátering en donde también aplica la proximidad) y… osado emprendedor. Mira: tras haber vivido su annus horribilis (el pavoroso incendio que arrasó Gran Canaria se le llevó huertos y rebaños por delante; después el segundo incendio; a continuación, un accidente de moto; y, para rematar, remodelación del restaurante con el consiguiente gasto y… la pandemia), en vez de practicar el cauteloso wait and see que parece pedir la “nueva normalidad” la ha liado de nuevo con una heladería de autor en busca tozuda, a pesar de las “tempestades”, de su annus mirabilis.
Así, se pilló el local del grill de su familia, en la calle principal de Tejeda, frente al espectáculo del Bentayga, y lo reconvirtió. Por un lado, en la parte de atrás, con un nuevo obrador (antes lo tenía junto a sus huertos ecológicos), delante la pastelería tradicional, especializada en las famosas almendras de Tejeda y de referencia en el pueblo -Dulces de Tejeda- y, en plena fachada y abierta a la calle, la heladería La Lexe. Un universo de caprichos…
La heladería, que abrió el pasado viernes, fue el punto de partida del weekend en Tejeda, claro. Obviando los sabores clásicos -chocolate, vainilla…- que siempre deben estar, la cata comprendió los helados más pintones de los 16-21 sabores, cifra variable porque las piezas de Borja (también sorbetes) están sujetas a la escrupulosa temporada. “La semana próxima tendré el helado de remolacha”, apunta. Sí. La materia prima de los helados es de los huertos propios, todos ecológicos, emplazados bajo la línea mística de los dos roques: Nublo y Bentayga, en pleno Patrimonio. Y las leches para su elaboración, ça va de soi, de sus ovejas (80%) y cabras (20%), naturalmente sin lactosa. Puro telurismo.
Los helados de Borja Marrero. La Lexe. Tejeda. Gran Canaria. Fotos: Xavier Agulló.
Cremosidad (aunque todavía está ajustando las texturas de algunos sabores), poco azúcar y mimetismo organoléptico con el panorama de Tejeda. Allá vamos… Helado de tunera y limón, un entrante fresco y cítrico para el “calentamiento”. Helado de gofio, finales tostados, sensaciones táctiles miméticas con el producto. Primer impacto fino: helado de café de Agaete (el café más septentrional del mundo, único, en este caso de la finca Los Berrazales, de Víctor Lugo) con vainilla, y se sueña el toffee. El de hierbahuerto y menta, delicioso refresco en esta tarde de sol insidioso en las cumbres. Helado de “bienmesabe”, el popular postre canario, perfectamente equilibrado. El de polvorón de almendra de Tejeda, otro de los hits de la heladería que no admite duda cuando, como hago yo, pruebo también el polvorón original. Helado de brevas con yoghourt, éste sin azúcar porque “he aprovechado hasta el límite los azúcares del fruto”. Brutal. Escuela de sutilezas: helado de las dos leches, sin más. Un juego todavía a ajustar fino: helado de plátano y “ambrosía” (golosina muy apreciada en Canarias -la regalan en los vuelos de Binter- que, por cierto, ganó hace dos meses el “Mundial de Chocolatinas”). Remate con el de vainilla y pinocha ahumada, al que le faltaría algo de resina para expresar los pinares de Tejeda (“estoy en ello”).
Próximamente en esta sala: helados de almendra garrapiñada con zumo de naranja, de mojo verde, de mojo rojo con vinagre de la cerveza artesana de Borja, de potaje de berros, de pimientos de padrón, de sopa de tomate (sorbete) y de todas las verduras y hortalizas que, mes a mes, brotan de los huertos propios.
Restaurante Los pasitos. La Culata. Tejeda. Gran Canaria. Fotos: Xavier Agulló.
Una noche “donde los Vega” Dice Borja que vayamos a cenar a La Culata, uno de los barrios de Tejeda. Al restaurante Los pasitos, conocido por «el de los Vega» porque todos se apellidan así. Se apunta a la fiesta Ángel Marrero Jr., su hermano pequeño, abogado de la familia que estos días está ayudando también en lo puramente hostelero.
El local, con una terraza de una sola mesa de conversación morosa bajo la gran higuera, es lo que los modernis llaman “auténtico”. La barra, mesas sin pretensiones y, al fondo, una parranda que esa noche va de México. Rancheras en medley (llevan desde el mediodía dándole, me cuentan) y risas por doquier. Hasta una clienta se pone un sombrero mexicano y se pone a bailar en el comedor.
Nos ponemos a tono con un plato de queso de cabra de la zona, pan y mermelada de higos. El siguiente envite ya es el estofado de ternera con papas fritas, el pan para untar en bandolera. Por si esto fuera poco, una carne fiesta (cochino propio de la familia adobado, también con papas fritas). Por fin, para desengrasar, papas sancochadas con atún y huevos duros.
Salimos, al fondo sigue la parranda y la noche luce una luna mora ubérrima entre las estrellas…
El menú de Texeda Borja, con buen criterio empresarial, ha decidido, en esta primera etapa post Covid, aligerar la carta y proponer un solo menú por 25 euros, primero, segundo y postre que el comensal elige entre un pequeño listado. El único problema es que costará mucho elegir y la tentación de pedir más será muy difícil de controlar. Yo mismo caí de cuatro patas.
En la terraza del Texeda. Primer turno. Una mahonesa de mojo rojo es el prefacio de la liturgia junto a un delicado Llanos Negros La Time 2000 listán blanco, una alhaja palmera fina de flores y minerales. Pero ya Borja y Andrea Arias (la jovialidad de la sala) comienzan a proveer… Snack “manifiesto”: brote de cebolleta en ligera tempura de cerveza tostada, soplo de mahonesa de ajo negro. El huerto puede ser crocante y ensoñador. Desesperante finura la del salmorejo (vinagre de cerveza) con tomate cherry confitado y tejita de almendra. El asombroso mundo de los matices de Borja. Ceviche de vieja con leche de tigre de gofio ahumado con pinocha. Lo insólito, aparte de la pulcritud de la vieja, es el dominio de los contrastes del plato por debajo, con pocas revoluciones pero sin perder el agarre. Se sirve con totopos caseros (Borja tuvo restaurante en Polanco, en México DF, y Andrea es mexicana). “El rayo que no cesa”: tomate al horno, envolvente crema de coliflor y ajo tostado, queso crujiente y migas de mojo picón. No es que Borja se ponga elegante, es que lo es. Escaldón de sama roquera frita con gofio (crema y crumble), crema de cebolla roja, clorofila de cilantro y cebolla encurtida en vinagre de cerveza. Una deconstrucción en exquisiteces que, no obstante, debería sintetizarse más.
Borja e Ismael. Vieja. Tomate. Arroz. Texeda. Tejeda. Gran Canaria. Fotos: Xavier Agulló.
El arroz, de menos de un dedo de grosor, impecable factura, tocado con el morboso cochino negro. Hit. Bienmesabe deconstruido y, atención, tarta de queso con certidumbre, untuosidad de la oveja y la cabra (no liquidez “Philadelphia sound”), superficie quemada. Una tarta singular que ha llegado para pisar fuerte.
Imposición de siesta en una de las casas rurales de la familia de Borja, los dos roques -Bentayga y Nublo- precipitándose sobre nosotros por las ventanas.
Desde el Bentayga a Agaete La mañana transcurre quieta en la terraza de la pastelería-heladería, en vibrante conversación con Ángel Marreo, el padre de Borja, un hombre que con 24 años ya tenía un cátering nacional pionero de la técnica del vacío -Vanyera- que daba más de 16.000 platos diarios. Compartimos algunos platos del cátering actual -ropa vieja, carne fiesta- mientras nos mesmerizamos con el Bentayga y hay que irse, Ángel, que si no nos quedamos contigo a vivir.
Las curvas nos bajan hacia Agaete, donde todavía habrá tiempo de pasarnos por la gasolinera, en la que el amigo Víctor Lugo nos ha dejado una bolsa del raro café de Agaete, una mermelada de café (naturalmente) y dos de sus vinos estelares Los Berrazales. Y de demorarnos en el restaurante La Quisquilla, con unos buenos ejemplares homónimos, unos boquerones, unos mejillones con crema de leche, unos caracoles picantes y unas albóndigas de vaca vieja.
Y “el barco sobre la mar”, regresando a Tenerife. Pero “el caballo en la montaña”. En Tejeda. Porque Tejeda, no importa donde uno esté, es un estado mental.
Restaurante Texeda
Av. Los Almendros, 25
Tel. 928 66 66 77
Tejeda. Gran Canaria. Islas Canarias Abierto sólo mediodías (dos turnos), de viernes a domingo
Precio medio: 25 € (menú)
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